Muchas veces cómo padres, en nuestro deseo de conocer las experiencias de nuestros hijos, sobretodo aquellas en las que no hemos sido partícipes por no haber estado allí (por ejemplo, lo que le sucede en el entorno escolar), nos convertimos en investigadores privados que hacen preguntas continuadas en búsqueda de información: “¿Cómo te lo has pasado hoy?, ¿Qué has hecho?, ¿con quién has jugado en el patio?, ¿Qué has comido?…”. Pero nuestras ansias de conocimiento se frustran rápidamente cuando recibimos de nuestros niños respuestas del tipo: “bien, nada, no sé, no me acuerdo… “. Por más que preguntemos, nuestros hijos esquivan preguntas y se muestran entre poco y nada comunicativos.
Lo espontáneo y lo voluntario.
¿Cuándo contamos nuestras vivencias, preocupaciones y necesidades? Cuando estamos en disposición de ello. Cualquier hecho espontáneo que se me prescriba, se bloquea. Por tanto, hacer demandas continuadas será una solución intentada disfuncional que no conseguirá nuestro objetivo. Al contrario, es más que probable que todavía exprese menos de lo que por iniciativa personal tenía predisposición a hacer. Y sino, pensemos que sucede cuando nos indican que nos van a contar un chiste muy gracioso…El reírnos (efecto espontáneo) queda bloqueado inmediatamente, y seguro que, al finalizarse, pensaremos que el chiste no era para tanto…
Favorecer la comunicación predicando con el ejemplo.
Otro de los aspectos a tener en cuenta es el ejemplo que damos nosotros a nuestros niños en cuanto a la comunicación de vivencias. ¿Acaso nosotros les explicamos nuestras impresiones y experiencias al llegar a casa? ¿compartimos aquello que sentimos y las emociones que nos ha generado? Expresar situaciones que nos han desencadenado una emoción (positiva o negativa) favorece que ellos vivan como natural el diálogo asociado a sentimientos.
El juego de la rosa y la espina
Para favorecer la comunicación sana entre los miembros de la familia, os recomiendo el juego de la rosa y espina. Para realizarlo, recomiendo una situación distendida, preferiblemente en la cena, donde se favorece el diálogo entre los miembros (siempre y cuando la tele no esté encendida). Por turnos, cada uno de los integrantes de la familia, incluidos los padres u otros familiares que convivan en la unidad (abuelos, por ejemplo), deben decir su rosa del día (el momento más agradable y bonito) y su espina (el momento menos agradable). Quizás nuestro hijo nos indique que ese día no tiene ninguna espina. En ese caso, le pediremos su rosa más grande y su rosa menos rosa, O si no tuviera ninguna rosa, sería su espina mayor y su espinita más pequeña.
¿Qué beneficios aporta?
- Empatía: ayudamos a nuestros hijos a ser capaces de ponerse en el lugar del otro a través de un entrenamiento diario. Podemos preguntarle que hubieran hecho en esa situación en lugar que su hermano (por ejemplo), o que consejo le darían tras escuchar su testimonio. Aprovecharemos también para preguntar como resolvió una situación que compartió días anteriores.
- Reconocimiento de emociones: Reconocer las emociones de los otros, y ponernos en primera persona reconociendo las propias permite una mejora de la gestión de estas. Saber que nos hace sentirnos alegres, tristes o con ira, permitirá que podamos modificarlas si cambiamos nuestras acciones.
- Existencia de diferentes percepciones de la realidad: ser conscientes de que la percepción de la realidad es distinta en función de la persona que vive un acontecimiento, favorecerá la reducción de conflictos interpersonales. Respetar el punto de vista de los demás, a pesar de no compartirlo, reduce significativamente los desencuentros entre las personas.
- Fluidez en la comunicación: la expresión de experiencias de forma distendida, en sustitución a preguntas directas, permite favorecer la fluidez en el diálogo y por ende, la mejora de las relaciones y del vínculo entre los miembros del sistema familiar.
- Lo positivo y lo negativo, las dos caras de una misma moneda: Para aquellos niños que suelen centrarse en lo negativo, esta técnica permite poner la atención en la parte positiva. Se trata de poner no sólo la lupa en aquello que les ha causado malestar, sino también en valorar los momentos buenos que han vivido durante el día.
Trabajar a diario en la comunicación, diálogo y expresión emocional es uno de los regalos más provechosos que podemos dar a nuestros niños, con el fin de convertirlos en adultos empáticos y con inteligencia emocional, capaces de resolver sus conflictos de forma asertiva. Con este juego, poco a poco y de manera natural y sencilla, conseguiremos metas muy poderosas.
Helena Alvarado es psicóloga sanitaria en el Instituto Balear de Pediatría y profesora asociada en la UIB.