“Érase una vez un mulo que al atravesar con su carga de leña el habitual sendero diario de la granja a la cabaña en el monte, se encontró el camino bloqueado por un grueso tronco que había caído durante la noche y que impedía el paso. El mulo, tras un pequeño momento de desánimo, comenzó a empujar con la cabeza el grueso tronco que, sin embargo, permaneció allí sin moverse ni un solo centímetro. El mulo, entonces, decidió intensificar sus intentos tomando carrerilla y dando cabezazos al tronco para intentar apartarlo. Cabezazos que fueron cada vez más violentos al repetirse los intentos. Lo que llevó al mulo a morir debido a su rigidez y terquedad”.
De forma no demasiado diferente a la catastrófica estrategia del mulo, los seres humanos, mediante reiteradas y disfuncionales soluciones intentadas, construyen dinámicas dentro de las cuales lo que se hace para resolver el problema se convierte en lo que lo complica. Muchas veces ante dificultades con nuestros hijos ponemos en marcha, con muy buena intención, intentos de solución que no sólo no resuelven la situación, sino que, con frecuencia, la mantienen y empeoran. Imaginemos por ejemplo que queremos que nuestro hijo sea autónomo. Eso implica que yo, le indique todas las acciones que debe hacer para que las automatice. Al ver que no lo hace, yo se lo digo 20 veces más a la espera de que lo ponga en práctica, y muy probablemente acabe exasperado y enfadándome con él, reprochándole que no colabora ni se ocupa de sus cosas. Repeticiones de consignas, enfados y gritos son intentos de solución que complican la relación y van en la dirección contraria al hecho de que mi hijo se vuelva autónomo.
Por tanto, queda claro que, desde el punto de vista del cambio, no es importante conocer cómo se formó un problema en el pasado, sino cómo se mantiene en el presente. Para cambiar una situación, debemos determinar su persistencia. No tenemos potestad sobre la formación de un proceso que tuvo lugar en el pasado. El pasado, pasado está, pero el presente y el futuro son modificables.
Lo que tenemos es una “causalidad circular” entre cómo persiste un problema y las maneras en que las personas intentan y fracasan en resolver el problema. Por tanto, si queremos producir un cambio, es importante concentrarse en las soluciones disfuncionales que están siendo intentadas. Si bloqueamos o cambiamos las soluciones disfuncionales, interrumpimos el círculo vicioso que alimenta la persistencia del problema, abriendo el camino a un cambio real y alternativo. En este punto, el cambio resulta inevitable: la ruptura de este equilibrio conduce necesariamente a establecer otro nuevo, que se basa en nuevas percepciones de la realidad.
Este proceso de cambio queda ilustrado claramente en otro ejemplo de psicología experimental (Orstein, 1986). Coloque tres cubos delante de usted. Llene uno de ellos con agua muy caliente, otro con agua muy fría y otro con agua tibia. Ahora coloque su mano derecha en el agua caliente y su mano izquierda en el agua fría. Después de unos pocos minutos, coloque ambas manos en el agua tibia. La experiencia será realmente impactante. La mano derecha notará el agua muy fría y la mano izquierda muy caliente.
Es el mismo cerebro; sin embargo “la mano derecha no sabe lo que la mano izquierda está haciendo”. Lo interesante es que, basándose en la percepción de la mano derecha, usted quisiera añadir agua caliente; basándose en la percepción de la mano izquierda, usted quisiera añadir agua fría. Este experimento demuestra que construimos nuestra conducta sobre la base de nuestras percepciones y que éstas se basan en lo que experimentamos anteriormente.
Una intervención que apunte a cambiar una situación ha de proporcionar una experiencia diferente en la percepción de la realidad que se ha de cambiar. Esto abre el camino a diferentes reacciones a nivel emocional y conductual. Si queremos que nuestros hijos cambien, debemos producir experiencias emocionales que les corrijan, pero que no alteren la relación ni el vínculo entre ellos y nosotros. El no responsabilizarse de sus cosas deberá comportar como consecuencias unas libertades menores a las que tuviera si así lo hiciera, y, por tanto, él o ella tendrá la oportunidad de modificar lo que hace para obtener beneficios acordes a su conducta, sin afectar nuestra comunicación y afectividad. Identificar y bloquear las soluciones intentadas que ponemos en marcha y que no funcionan, es un primer paso para un cambio hacia el éxito.